La
Marraqueta:
Corrían los
años 70, yo era alumna en práctica de la Carrera de Servicio Social, en una
Cooperativa Habitacional de la comuna de la
Florida. En esos años convulsos, las carreras humanistas, estaban etiquetadas
de izquierdistas, por concientizar a “las masas”, por lo que le costó mucho a la
U. De Chile, conseguir práctica para nosotras, alumnas del 4° año de la
carrera. De tanto rebuscar y rebuscar, dimos con una Cooperativa Habitacional
en la Florida, que ya se encontraba en la etapa de Asignación de Viviendas, cuyos
empáticos dirigentes, aceptaron recibirnos.
Siempre sentí que fue un favor que ellos nos hicieron, ya que nosotras
teníamos el objetivo de realizar capacitación sobre Cooperativismo, y culminar nuestra práctica
con la conformación de una Cooperativa, y
ellos ya había pasado por todo ese proceso. Gracias a ese favor del que les hablo, los
dirigentes me daban la oportunidad, como alumna en práctica, de conversarles a
los socios acerca de las ventajas del sistema cooperativo durante una
hora, después que la asamblea ya había
deliberado acerca de cómo iba a ser el mecanismo de la entrega de la casa
nueva. Bueno, yo ya partía de mi casa,
desmotivada, me sentía “dando la hora”. Para más remate, la práctica era los domingos
en la tarde, por lo que se sumaba a mi espíritu, el síndrome de la “depresión dominical típica”. A Lo
inoficioso de mi práctica, sumándole
que hacía poco se había muerto mi madre,
hacían que fuera al cumplimiento de mis
obligaciones bastante “bajoneada”. Como era de rutina, primero debía esperar,
entre “apretones de guata”, que la asamblea discutiera como iba a ser la
entrega de llaves, si por sorteo, o no, etc.; y después entraba yo a “vender la pomá, que más
encima se había agotado”. Afortunadamente
el público era paciente, me escuchaba amablemente durante el lapso señalado, y
luego me iba, sin que hubiera interacción alguna entre ellos y yo; que más se iba a
esperar, si yo estaba hablando solo por cumplir. En esas circunstancias, cada
semana cuando ya llegaba el día viernes, me dolía la guata, pensando en que el
domingo debía ir a mi practica titular. No hallaba la hora que llegara el día lunes, donde ya hubiera
pasado todo, pero este domingo iba a ser un día especial. Luego de hablarles a una desinteresada
asamblea, sobre las ventajas del cooperativismo salí aliviada de la Sede
Social, por haber cumplido una sesión más. Me dieron ganas de gratificarme con una tacita
de té, porque el día estaba especialmente helado, para celebrar mi sensación de alivio. Era hora
de onces, tenía hambre, pero ni soñar con añadirle un pancito a la taza de té. Como
toda estudiante de clase media, andaba con las monedas contadas para la locomoción,
les cuento que debía pagar pasaje completo, para no enfrentar las groserías de
los choferes, que en ese tiempo se sublevaban cuando uno les mostraba el carnet
escolar; y si era domingo las palabrotas prometían ser peores. Entré a
un restaurante de la Florida que se me asemejó al “Reposo del Guerrero”. Pedí
un tecito. Desde la mesa, sentí que la señora que atendía, que ya era mayor, me
miraba y me miraba. Después comprendí que me estaba computando, sacándome la
radiografía completa, como solo las
madres lo suelen hacer. Yo estaba desconcertada, me empezó a preocupar un poco
que me mirara, bajara la vista, y se pusiera a pensar, en una secuencia repetitiva
que me pareció un poco extensa. Como, no hallaba que pensar, me dispuse a
esperar solamente. Era la única usuaria del restaurante. Después de un rato la señora se acercó a mí con una bandeja donde venía mi
té acompañado de una ¡!MARRAQUETA!!.... la miré y le dije, “Sra. Yo no le pedí
una marraqueta, porque no tengo
plata para pagarla”, -- “si sé me dijo, se la regalo”. Mi corazón
palpitó tan fuerte de emoción y entre lágrimas, le di las gracias a la señora,
por esa marraqueta que me supo a “manjar de los dioses”; pero por sobre todo
por haber representado algo maravilloso que conmovió mi ser, fue esa recepción de amor que cuando todo mal, “acaricia
el alma”.
Me propuse, firmemente “cuando me reciba voy a ir a
ver a esa señora y a llevarle un regalito”. Después me destinaron al sur de
chile y no la vi más. En la dimensión en que se encuentre, esa amable señora,
le mando un beso y un abrazo con todo el amor del que soy capaz de entregar.
A todas
las personas que reciben a diario muestras de amor, les aconsejo que no dejen
para mañana, lo que puedan hacer hoy. En este caso retribuyan pronto dichas
muestras de cariño, no dejen que sus intenciones se pierdan en la zona negra
del olvido e ingratitud; porque el círculo
del amor, se completa en la interacción del dar y el recibir.
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