viernes, 9 de marzo de 2018

EL OBRERO CASO DE LA VIDA REAL


EL OBRERO
En los convulsionados años 70, como estudiante de la Carrera de Servicio Social, en la U. de Chile, me subí al bus de regreso a mi hogar.  Le mostré al chofer mi carnet escolar, pero no me lo aceptó. Afligidísima, ya que había esperado acumular valor para hacer parar un bus, puesto que sabía que me iba a encontrar con la agresividad de los choferes, casi me desplomé y sacando valor de no sé dónde, le dije al chofer: “señor, pero es que no tengo dinero para pagar el valor del pasaje completo”. El conductor, hizo un movimiento de hombros, como diciendo, “bueno y a mi ¡que!”.  Me quedé congelada en el piso de la micro, frente al chofer, con los pensamientos suspendidos y los músculos muertos, sin saber cómo reaccionar. Transcurrieron unos segundos que se me hicieron eternos, cuando rompió la monotonía un  “señor”, que se merece todo el apelativo de “señor”, que iba en primera fila.  Era un modesto obrero, que aperado con su gorrito de lana y una bufanda para palear el frio invernal, me extendió un billete y me dijo “aquí tiene señorita, para que pague su boleto”. Mi corazón se derritió por dicho gesto, se me asomaron las lágrimas y para mis adentros pensé “!oh Carl Max!” que gran obra has hecho, en defender  a la clase obrera, porque ella es la “flor y nata de nuestra sociedad”, a ella no hay que hablarles del amor que es la fuerza que mueve al mundo, porque ellos perviven a fuerza de puro amor, para cubrir las necesidades de sus crías, y para enseñarles a ser buenas personas, respetuosas de los demás y que es bueno compartir el pan con quienes lo necesitan.  Por esos obreros, he discutido y peleado con los que quieren mantener el estado de cosas como están, algunos porque tienen intereses creados, es decir son herederos del capital y otros, por ignorancia, que dentro de la masa permiten que se les manipule.  Claro que lo he hecho en “teoría”, defendiendo a ultranza “mi peguita” porque nadie quiere caer por el precipicio. A través de  cuento vivencial, vaya mi homenaje a quienes han caído al precipicio por defender los derechos de la clase económica más vulnerable.  Ahora a mis  “titantos”, ya no me quedan ganas de defender nada, porque sé que haga lo que haga, diga lo que diga y sea quien sea que gobierne al país, se mantendrá el “statu-quo,” porque el gobierno lo integran los hombres y estos, salvo honorables excepciones, sucumben al miedo y a la ambición.

LA MARRAQUETA, Historias de la vida real


La Marraqueta:
 Corrían los años 70, yo era alumna en práctica de la Carrera de Servicio Social, en una Cooperativa Habitacional de la comuna de la  Florida.  En esos años convulsos,  las carreras humanistas, estaban etiquetadas de izquierdistas,  por concientizar  a “las masas”, por lo que le costó mucho a la U. De Chile, conseguir práctica para nosotras, alumnas del 4° año de la carrera. De tanto rebuscar y rebuscar, dimos con una Cooperativa Habitacional en la Florida, que ya  se encontraba  en la etapa de Asignación de Viviendas, cuyos empáticos dirigentes, aceptaron recibirnos.  Siempre sentí que fue un favor que ellos nos hicieron, ya que nosotras teníamos el objetivo de realizar capacitación sobre  Cooperativismo, y culminar nuestra práctica con la conformación de  una Cooperativa, y ellos ya había pasado por todo ese proceso.  Gracias a ese favor del que les hablo, los dirigentes me daban la oportunidad, como alumna en práctica, de conversarles a los socios acerca de las ventajas del sistema cooperativo durante una hora,  después que la asamblea ya había deliberado acerca de cómo iba a ser el mecanismo de la entrega de la casa nueva.  Bueno, yo ya partía de mi casa, desmotivada, me sentía “dando la hora”.  Para más remate, la práctica era los domingos en la tarde, por lo que se sumaba a mi espíritu, el síndrome de la “depresión dominical típica”.  A  Lo inoficioso de mi práctica, sumándole  que hacía poco se había muerto mi madre,  hacían que fuera al cumplimiento de mis obligaciones bastante “bajoneada”. Como era de rutina, primero debía esperar, entre “apretones de guata”, que la asamblea discutiera como iba a ser la entrega de llaves, si por sorteo, o no, etc.;  y   después entraba yo a “vender la pomá, que más encima  se había agotado”. Afortunadamente el público era paciente, me escuchaba amablemente durante el lapso señalado, y luego me iba, sin que hubiera interacción  alguna entre ellos y yo; que más se iba a esperar, si yo estaba hablando solo por cumplir. En esas circunstancias, cada semana cuando ya llegaba el día viernes, me dolía la guata, pensando en que el domingo debía ir a mi practica titular. No hallaba la hora  que llegara el día lunes, donde ya hubiera pasado todo, pero  este domingo  iba a ser un día especial.  Luego de hablarles a una desinteresada asamblea, sobre las ventajas del cooperativismo salí aliviada de la Sede Social,  por haber cumplido  una sesión más.  Me dieron ganas de gratificarme con una tacita de té, porque el día estaba especialmente helado,  para celebrar mi sensación de alivio. Era hora de onces, tenía hambre, pero ni soñar  con añadirle un pancito a la taza de té. Como toda estudiante de clase media, andaba con las monedas contadas para la locomoción, les cuento que debía pagar pasaje completo, para no enfrentar las groserías de los choferes, que en ese tiempo se sublevaban cuando uno les mostraba el carnet escolar;  y si  era domingo  las palabrotas prometían ser peores. Entré a un restaurante de la Florida que se me asemejó al “Reposo del Guerrero”. Pedí un tecito. Desde la mesa, sentí que la señora que atendía, que ya era mayor, me miraba y me miraba. Después comprendí que me estaba computando, sacándome la radiografía completa,  como solo las madres lo suelen hacer. Yo estaba desconcertada, me empezó a preocupar un poco que me mirara, bajara la vista, y se pusiera a pensar, en una secuencia repetitiva que me pareció un poco extensa. Como, no hallaba que pensar, me dispuse a esperar solamente. Era la única usuaria del restaurante.  Después de un rato la señora  se acercó a mí con una bandeja donde venía mi té acompañado de una ¡!MARRAQUETA!!.... la miré y le dije, “Sra. Yo no le pedí una marraqueta, porque no  tengo plata  para pagarla”,  -- “si sé me dijo, se la regalo”. Mi corazón palpitó tan fuerte de emoción y entre lágrimas, le di las gracias a la señora, por esa marraqueta que me supo a “manjar de los dioses”; pero por sobre todo por haber representado algo maravilloso que conmovió mi ser, fue esa  recepción de amor que cuando todo mal, “acaricia el alma”.
Me propuse, firmemente “cuando me reciba voy a ir a ver a esa señora y a llevarle un regalito”. Después me destinaron al sur de chile y no la vi más. En la dimensión en que se encuentre, esa amable señora, le mando un beso y un abrazo con todo el amor del que soy capaz de entregar.
            A todas las personas que reciben a diario muestras de amor, les aconsejo que no dejen para mañana, lo que puedan hacer hoy. En este caso retribuyan pronto dichas muestras de cariño, no dejen que sus intenciones se pierdan en la zona negra del olvido e ingratitud;  porque el círculo del amor, se completa en la interacción del dar y el recibir.